Adiós a un soñador imprescindible

Homenaje póstumo a José Sáez Cornejo

Tomado de Palabra Abierta

Cuando un joven imagina un mundo mejor y decide luchar por lograrlo, se abre un espacio de esperanza para la humanidad. José Sáez Cornejo, el Pepe para tantos de sus amigos, fue uno de esos jóvenes que imaginó un mundo distinto y lo concibió en su imaginación al tiempo que luchó por lograrlo.

Desde muy joven, un adolescente, Pepe se incorporó a la militancia junto a quienes, de manera organizada, emprendieron la lucha por el cambio social en Chile desde las filas socialistas como dirigente estudiantil en la Universidad de Concepción, bastión revolucionario en los convulsos años setenta.

Se abrían los cauces sociales en las grandes alamedas por donde transitaba el hombre nuevo, la juventud rebelde y constructora del Chile de Salvador Allende. Pepe Sáez asumió la tarea militante de contribuir con su entrega a una lucha que para él duraría para siempre llegando a ser indispensable su presencia, porque no luchó solo un día y fue bueno. Pepe fue de aquellos que señala el dramaturgo B. Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.

Hasta que la dictadura militar pinochetista lo sorprendió como a millones de chilenos y tuvo que salvaguardar su vida resistiendo en la clandestinidad, para luego salir del país al exilio. Duramente perseguido con intolerancia y brutalidad vio caer a sus compañeros, 55 de ellos dirigentes socialistas detenidos y asesinados por los militares. Pepe llega al exilio en Ecuador a inicios de 1975 y asume la tarea de organizar la solidaridad internacional con el pueblo chileno, tarea que realiza con un puñado de coidearios en lo que se llamó Seccional Ecuador.

En uno de sus tantos viajes a países vecinos conoce a Mariana Dueñas, integrante de un grupo folklórico en gira por Perú y la convierte en compañera de toda su vida formando una familia de tres hijos, María José, Ana y David. Había encontrado la retaguardia que lo acompañó siempre en sus luchas sociales y en labores como emprendedor artesanal. Desde entonces, Pepe fue sujeto y objeto de la solidaridad ecuatoriana granjeándose el cariño y reconocimiento de importantes sectores sociales y culturales del país. No hubo manifestación de protesta contra la dictadura en Chile en donde no estuviera presente y organizando cada evento. Cada 11 de septiembre, estuvo en el busto de Salvador Allende en la Universidad Central y en la inauguración de la Plaza Salvador Allende, en el barrio Solanda al sur de Quito.

Sus amigos evocamos de él su dedicación al estudio de temas políticos del Ecuador y del mundo, así como los fundamentos del pensamiento social latinoamericano, su enorme sentido solidario y su extraordinaria habilidad para hacer empanadas y asados, sabores típicos chilenos que nunca faltaron en su mesa que compartir con sus familiares, amistades y un buen vino de por medio.

José nos deja esa sensación de alegría de haberlo conocido, de haber sido su amigo y compañero, al tiempo la tristeza de despedirlo. De haber compartido su fecunda imaginación en un mundo mejor, canción de John Lennon que le gustaba escuchar. Himno a la paz que sonó suave, pero intenso en la vigilia que sus hermanos masones le rindieron en la Gran Logia Equinoccial del Ecuador en Quito para despedir al soñador imprescindible que fue José.

Paz en su tumba, la paz que el soñaba y tatareaba escuchando el himno Imagine de Lennon: Imagina que no hay países / No es difícil si lo intentas / Nada por que matar o morir / Y ninguna religión / Imagina toda la gente / Viviendo la vida en paz. / Dirás que soy un soñador / pero no soy el único.

Adiós a un soñador imprescindible
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