Por Patricia Nieto. New York Times
Una de las políticas centrales del segundo mandato del presidente Donald Trump es el control migratorio. Tras cinco meses en la Casa Blanca, sus funcionarios fijaron como objetivo “mínimo” 3000 detenciones diarias de migrantes indocumentados.
En un esfuerzo por cumplir la meta, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) empezó a hacer redadas en lugares que anteriormente no eran objeto de operativos, como centros de trabajo.
Cada día parece haber novedades en el frente migratorio, así como nuevos informes de cifras de detenciones y deportaciones. Hoy, sin embargo, visitamos una historia más íntima, la de Carlos Enrique Itriago Arevalo, que llegó a Estados Unidos desde Venezuela, y su familia, mientras navegan juntos por las nuevas políticas migratorias.
Para hablar de ese reportaje contactamos a Allison McCann, periodista que cubre migración.
Esta es nuestra conversación, editada ligeramente por claridad y extensión.
¿Por qué decidiste reportar un tema tan complejo como la migración desde el punto de vista de una familia?
En el Times, como muchos otros medios, hemos estado cubriendo el aumento de los esfuerzos por endurecer las políticas migratorias de este gobierno: estamos viendo más redadas, detenciones y sabemos de las promesas de deportar más gente. Sin embargo, muchos de nuestros reportajes se han centrado en los operativos y no en las consecuencias emocionales de lo que le pasa a una persona y a una familia después de que sus vidas en Estados Unidos han sido trastocadas por una detención. Con este reportaje quería que los lectores vieran cómo se ve y siente todo eso en una familia en particular.
¿Qué revela su experiencia del sistema migratorio estadounidense?
La historia de Carlos es muy peculiar y, al mismo tiempo, bastante común. Es singular porque se suponía que estaba a salvo —tenía el Estatus de Protección Temporal— y, sin embargo, fue deportado. Pero también su historia, y la de su familia, es muy usual, sobre todo para los cientos de miles de migrantes indocumentados que llegaron desde Venezuela. A los Itriago Arevalo se les concedió el derecho legal a vivir y trabajar en este país durante el gobierno anterior, solo para que el actual se los quitara. Vemos a una familia que intenta hacer las cosas legalmente, pero las normas, y el sistema migratorio en general, han estado cambiando constantemente.
Hay muchos elementos visuales en el reportaje: vemos fotografías de él, de su familia, cartas escritas a mano e incluso mensajes de texto y videollamadas…
Parte de lo que me atrajo de la historia de Carlos fue lo mucho que su familia se esforzó por mantenerse en contacto con él y por informarse entre ellos de lo que ocurría mientras estaba detenido. Carlos y su esposa, Emily, se llamaban y escribían, y luego ella informaba al resto de la familia sobre en dónde estaba y cómo le estaba yendo. Había mucho material muy emotivo entre los miembros de la familia, así como las cartas que Carlos había escrito cuando estaba detenido. En lugar de describir lo que había en esos mensajes y cartas, quería que los lectores pudieran verlos por sí mismos y entender lo que la familia estaba experimentando en esos momentos.
En el centro hay una familia que se comunica predominantemente en español. Sé que hablas el idioma, pero me pregunto cómo procesaste la gran cantidad de informaciones que conseguiste.
Hablo un español básico, lo que me ayudó en mis conversaciones preliminares con Carlos y su familia. Pero para poder entender a detalle lo que se decía en los mensajes de texto y las llamadas de audio, conté con la ayuda de dos editores que colaboran en las traducciones del Times desde México: Víctor Rogelio Hernández Marroquín y Grégory Escobar. Ellos leyeron y escucharon decenas de mensajes, y, en parte, la historia cobró vida gracias a su trabajo.
Fue muy valioso que uno de ellos es venezolano, porque el español en América Latina es increíblemente diverso, y las expresiones pueden variar entre países, y muchas podrían ser traducidas de manera literal y, por lo tanto, se perdería el sentido de lo que decían. En alguno de los mensajes se usa la palabra “arrecho”, por ejemplo. Es una palabra que en Venezuela tiene muchos matices y significados, pero en el contexto de uno de los chats se usaba para expresar un sentimiento de indignación.
Muchos migrantes están preocupados por su estatus en el país, y podría haber reticencia en compartir sus historias públicamente. ¿Cómo gestionaste eso?
Siempre me aseguro de explicarle con claridad a las fuentes que hablar de manera pública con una periodista podría ponerlas en peligro. En este caso, Carlos se puso en contacto conmigo desde un centro de detención en febrero y me dijo que quería que la gente supiera quién era y lo que le había pasado. En cuanto al resto de su familia, su situación legal en Estados Unidos era más incierta, pues el TPS estaba en discusión en los tribunales. Por ello, decidimos proteger sus identidades.
Te invitamos a leer el reportaje sobre Carlos, Emily y su familia aquí: https://www.nytimes.com/es/interactive/2025/06/10/espanol/estados-unidos/venezuela-deportaciones-trump.html